La civilización islámica surge cuando Mahoma predica en Arabia, desde principios del siglo VII, su nueva religión, que reúne verdades de estirpe cristiana, judía y zoroástrica, junto a ancestrales prácticas de las tribus árabes. El Profeta unificó a los pueblos de la Península de Arabia y fundó un Estado teocrático, que tras su muerte se extendió por toda Arabia, Siria, Persia y Egipto.
Con la Dinastía Omeya (661-750) las conquistas musulmanas fueron hacia occidente, llegando hasta la Península Ibérica. En esta etapa se estabilizaron las fronteras musulmanas clásicas, donde se asentará su civilización y su arte, influenciado principalmente por el bizantino.

En la época del Califato Abbasí (750-945) las fronteras políticas ya no coinciden con las religiosas, independizándose muchas regiones. La capital se traslada de Damasco a Bagdad y la influencia persa crece de forma notable.
La evolución política posterior trajo la preponderancia de las dinastías turcas, lo que tendrá profundas incidencias en el ámbito cultural islámico al traer consigo influencias tártaras, indias y chinas.